viernes, 3 de septiembre de 2010

CLAUDIA final

(ULTIMOS CAPITULOS)
XII
—Señora, ¿es usted la administradora?
—Sí ¿Qué desea?
— Disculpe señora, pero soy amiga de Claudia, llegué de la Argentina y estuve buscándola por todas partes, hasta que me dieron esta dirección. ¿Cree usted que ella esté en su cuarto? O ¿Talvez salió?
—No lo sé, hacen dos días que no la veo. Llamaron de su oficina preguntando por ella, yo toqué la puerta de su cuarto pero no contestó. Nada raro que se haya ido a dormir al cuarto de algún “amigo”. Estas chicas solas siempre se pierden.
— ¡Perdone señora pero no le permito que hable así de mi amiga! Ahora por favor sé que usted tiene copia de la llave, déjeme entrar para esperarla y para que no desconfíe, vea esta foto en la que estamos juntas el día que me fui a la Argentina ¿la ve?
—Bueno, la dejaré pasar, pero si ella se enoja, la culpa será de usted.
—No se preocupe, yo asumiré la responsabilidad. Sé que para ella será una gran sorpresa verme.
Entraron en la pieza y con gran sorpresa vieron a Claudia echada en la cama, parecía dormida.
— ¡Claudia! ¡Claudia, hermanita, despierta! –gritó Maylí
— ¡Dios no se mueve, está tan pálida y tan fría creo que está muerta!
XIII
Es un día hermoso, diáfano. Las “chaiñitas” cantan alegres en las copas de los árboles, entonando dulces melodías al Supremo Creador, infundiendo con su canto la alegría de vivir. Pero en contraste cruel, la muerte reinaba en un pequeño cuarto, en medio del cual rodeado de cuatro cirios y sin más compañía que la de Maylí y el párroco, yacía un ataúd blanco, conteniendo el cuerpo de Claudia, aquella frágil muchachita cuyo único pecado fue el de amar de forma íntegra y sin egoísmo, hasta que su débil corazón no pudo soportar y rindiéndose, dejó de latir para siempre.
La noche empezó a cerrarse silenciosa sobre la ciudad. En un bar de los suburbios se encontraba un hombre que otrora había sido un joven orgulloso de su elegancia y donaire. Y entre hipo e hipo hablaba a la botella, ignorando el mundo que lo rodeaba.
— Y ella quería tener un hogar, hijos. Fui un malvado porque no creí en ella, en su amor. ¡Amor! Ja, ja, ja, ¡Amor! No sabía lo que era amar. Recién empiezo a comprenderlo, pero ¿de que sirve? Ella está muerta, y yo la maté, ¡sí! La maté con mi desamor, con mi estupidez, mi ceguera. Mírame bien ¡soy un asesino!
FIN

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