viernes, 3 de septiembre de 2010

CLAUDIA final

(ULTIMOS CAPITULOS)
XII
—Señora, ¿es usted la administradora?
—Sí ¿Qué desea?
— Disculpe señora, pero soy amiga de Claudia, llegué de la Argentina y estuve buscándola por todas partes, hasta que me dieron esta dirección. ¿Cree usted que ella esté en su cuarto? O ¿Talvez salió?
—No lo sé, hacen dos días que no la veo. Llamaron de su oficina preguntando por ella, yo toqué la puerta de su cuarto pero no contestó. Nada raro que se haya ido a dormir al cuarto de algún “amigo”. Estas chicas solas siempre se pierden.
— ¡Perdone señora pero no le permito que hable así de mi amiga! Ahora por favor sé que usted tiene copia de la llave, déjeme entrar para esperarla y para que no desconfíe, vea esta foto en la que estamos juntas el día que me fui a la Argentina ¿la ve?
—Bueno, la dejaré pasar, pero si ella se enoja, la culpa será de usted.
—No se preocupe, yo asumiré la responsabilidad. Sé que para ella será una gran sorpresa verme.
Entraron en la pieza y con gran sorpresa vieron a Claudia echada en la cama, parecía dormida.
— ¡Claudia! ¡Claudia, hermanita, despierta! –gritó Maylí
— ¡Dios no se mueve, está tan pálida y tan fría creo que está muerta!
XIII
Es un día hermoso, diáfano. Las “chaiñitas” cantan alegres en las copas de los árboles, entonando dulces melodías al Supremo Creador, infundiendo con su canto la alegría de vivir. Pero en contraste cruel, la muerte reinaba en un pequeño cuarto, en medio del cual rodeado de cuatro cirios y sin más compañía que la de Maylí y el párroco, yacía un ataúd blanco, conteniendo el cuerpo de Claudia, aquella frágil muchachita cuyo único pecado fue el de amar de forma íntegra y sin egoísmo, hasta que su débil corazón no pudo soportar y rindiéndose, dejó de latir para siempre.
La noche empezó a cerrarse silenciosa sobre la ciudad. En un bar de los suburbios se encontraba un hombre que otrora había sido un joven orgulloso de su elegancia y donaire. Y entre hipo e hipo hablaba a la botella, ignorando el mundo que lo rodeaba.
— Y ella quería tener un hogar, hijos. Fui un malvado porque no creí en ella, en su amor. ¡Amor! Ja, ja, ja, ¡Amor! No sabía lo que era amar. Recién empiezo a comprenderlo, pero ¿de que sirve? Ella está muerta, y yo la maté, ¡sí! La maté con mi desamor, con mi estupidez, mi ceguera. Mírame bien ¡soy un asesino!
FIN

CLAUDIA

(CAPITULOS X Y XI)
X
¡El amor! Con razón lo pintan ciego. Y ciega estaba Claudia, que aguantó meses, viendo a Raúl con Zaida, hasta que un día, sin querer, al ir a dejar un informe a otra sección, escuchó como Zaida se burlaba de Raúl delante de otra compañera, contando la trama que había urdido junto a un primo médico para hacerle creer que estaba muy enferma. Claudia se puso pálida, silenciosamente emprendió la retirada sin que se percataran y corrió en busca de Raúl.
— ¡Raúl! ¡Raúl! ¡Debo hablarte!
— ¿Qué pasa Claudia?
—Pasa que Zaida te estuvo engañando haciéndote creer que estaba enferma.
— ¿Cómo? ¡Claudia! Tú nunca fuiste mala ¿Qué te pasa?
—Lo que te cuento no es por mala. ¿Es que estás tan ciego que no puedes ver?
— ¡Basta Claudia! Zaida me dijo que tú eras mala, que andas llamándola para decirle cosas hirientes. Antes no le creía, pero ahora que veo que tú quieres calumniarla, creo que ella tenía razón. ¡Te has enceguecido y te convertiste en una persona vengativa!
— ¡Nada de eso es cierto! Sabes bien que soy incapaz de hacer daño a nadie. Lo único que quiero es que comprendas mi amor por ti, mi preocupación. No me gusta ver que se burlen de ti. Por favor Raúl, ¡Créeme!
— ¡No! No quiero oírte. Zaida es una gran mujer, tú no. Así que mejor será que nos separemos.
— ¿Es lo que quieres Raúl?
—Bueno, yo te amo, pero por la forma en que te comportas no me queda más remedio.
—No busques más pretextos. Sé que lo que quieres es terminar conmigo. No creas que voy a hacer ninguna escena ni echarme a llorar, menos obligarte a que te cases conmigo. Te amo mucho y tú lo sabes muy bien. Fuiste el primer amor de mi vida y tal vez el último, no lo sé, lo que sí sé es que no te voy a obligar a quererme. El amor es un sentimiento que no se siente por obligación, no es una imposición. Si tú no puedes amarme como yo te amo, no tienes porque seguir fingiendo. Sigue tu camino. Si crees que Zaida te va a hacer feliz, vete con ella. Yo no te atajo. Lo único que deseo es que nunca sufras lo que yo estoy sufriendo. Vete Raúl y sé feliz, así como yo lo fui a tu lado.
—Lo siento Claudia, pero debo ir con Zaida ya que está desahuciada ¿Sabes? Y lo único que anhela es casarse conmigo. Ella cambió, es muy buena, ojalá que tú sigas su ejemplo. Adiós Claudia.
—Adiós Raúl. Dios quiera que nunca te arrepientas de la decisión que acabas de tomar.
XI
El matrimonio de Raúl con Zaida apenas duró un mes. Raúl se dedicó a la bebida mientras Zaida salía y se divertía con otros hombres. Recién se dio cuenta Raúl de que Zaida lo había engañado con el cuento de su enfermedad, todo resultó una burda patraña. Ella se había casado con él solo por satisfacer un capricho y separarlo de Claudia. Pero en vez de buscar a Claudia y con ella el perdón, se dio a la bebida.
Claudia completamente decepcionada, cambió de trabajo y de domicilio, tratando de dejar atrás el pasado, guardando los recuerdos en un rincón de su corazón, aunque sabía que nunca podría olvidarlo.
Conoció a otro muchacho y quiso asirse a él con desesperación, como un náufrago se aferra a la única tabla de salvación que encuentra. Pero una noche que fueron a una fiesta, éste trató de desvestirla ante un grupo de amigos y proponerle que haga el amor con todos, asqueada, llena de rabia se alejó de allí como pudo. Llego a su pieza, se echó en la cama y se puso a llorar, descargando toda su amargura. Estuvo así durante dos días hasta que se fue calmando poco a poco sintiendo una tremenda punzada en el costado que no le dejaba ni proferir un gesto de dolor. Una extraña pesadez la invadía. ¡Había pasado por tanto, en tan corto tiempo! Cerró los ojos cansada y con un último suspiro de tristeza, quedó quieta, como dormida en un profundo sueño.

CONTINUARA....

CLAUDIA

(CAPITULOS VII AL IX)

VII
Había transcurrido una semana en la cual Claudia había disfrutado al máximo de la compañía de Raúl. Lo único que empañaba su felicidad era no tener noticias de Maylí. ¿Qué sería de ella y su familia? ¿Por qué no escribían?
Ensimismada en sus pensamientos, no se fijó que Raúl se acercaba acompañado del señor Sosa, dueño de la fábrica.
— ¡Hola mi amor!
— ¡Raúl! ¿Qué haces aquí?
—Vine a traerte la buena nueva. Fuiste aceptada en la compañía en la cual trabajo. Empiezas desde mañana como secretaria de uno de los directores. Es un gran ingeniero.
— ¡Qué bien! Veo que informaste al señor Sosa.
—Así es Claudia. Su novio acaba de decírmelo. Siento que se vaya, pero tarde o temprano tenía que suceder. Le deseo mucha suerte en su nuevo trabajo ya que usted se lo merece, por ser una excelente trabajadora. Ya le hice el Memorándum así que puede pasar por caja para que le cancelen su sueldo. Adiós y que tenga mucho éxito.
—Gracias señor Sosa. Siento dejarlos pero, como usted lo dijo, tarde o temprano tenía que irme a un puesto acorde a mi profesión. Adiós.
Si uno tuviera el poder de ver el futuro, ¡cuántos males se evitaría! Si Claudia hubiera adivinado lo que iba a padecer en esa oficina, nunca habría aceptado. Pero ya el destino había echado a caminar su inexorable maquinaria y ninguna fuerza, por poderosa que fuera, iba a detenerla.
Así Claudia entró ilusionada en su nuevo trabajo, de la mano de su amor, del hombre por el cual ella entregaría su vida si fuera necesario. Lo primero que hizo al entrar a su nueva oficina, fue la de dar gracias a Dios por su buena suerte y por el amor de Raúl.
Conoció a su nuevo jefe, el ingeniero Zardoni, que era un hombre mayor, de unos cincuenta y cinco años, excelente profesional y un hombre comprensivo y tolerante. Una vez que éste y el Jefe de Personal le explicaron en qué consistía su nuevo trabajo, fue llevada a ser presentada a sus demás compañeros de trabajo. Claudia sintió que entre las otras chicas había cierta tensión, tal vez porque era nueva así que no quiso darle importancia, pero conforme fueron pasando los meses, éstas le hicieron dura la estadía, rechazándola y aislándola de todos. Ella trató de ser agradable, pero fue imposible. Y para colmo, Raúl empezó a mostrarse esquivo.
VIII
— ¡Claudia! ¿Puedo hablar contigo un momento? —quien la llamaba era una señora mayor, secretaria del Presidente de la Compañía.
—Sí, doña Eloisa –dijo Claudia tímidamente
—Mira Claudia, yo llegué a conocerte y estimarte mucho. Por eso quiero contarte la verdad sobre el canalla de Raúl. Sé que lo quieres mucho pero él no se lo merece, porque te engaña y de la manera mas vil. Seguramente no pudo conseguir de ti lo que deseaba, por eso volvió con la chica que salía antes.
Claudia palideció y dijo: — ¿Cómo? ¡No le creo!
—Sé que te duele Claudia, pero es hora de que abras los ojos. Cuando salgas de la oficina esta tarde, siéntate en un banco de la plaza del frente y verás a tu Raúl salir abrazado de Zaida, su secretaria.
— ¡No puede ser verdad! ¡Raúl no me haría eso, él me ama!
—Todos dicen lo mismo, pero no son más que palabras. Mira niña, tú eres muy dulce e ingenua. Olvídate de ese tipo que no te merece. No es franco contigo.
— ¡Ya basta señora Eloisa, no quiero escucharla más! ¡Por favor, déjeme sola!
—Está bien Claudia. Solo quería que dejes de ser el hazmerreír de toda la oficina. Todos se burlan de tu ingenuidad.
Eloísa se fue, dejando a Claudia deshecha, con el llanto a punto de brotar de sus bellos ojos y con un dolor tremendo en el costado.
Respiró fuertemente y disimulando su dolor, se repuso, pero toda la tarde trabajó como una sonámbula. Cuando llegó la hora de salida, fue a buscar a Raúl, pero él no la atendió, mandó a decirle con su secretaria que tenía una reunión hasta tarde. Entonces Claudia marcó su tarjeta y se sentó en un banco justo al frente de la oficina y esperó, con la ilusión de que todo sea mentira. Pasada una media hora vió salir a Raúl abrazando a Zaida, como lo hacía con ella. Se quedó inmóvil, como si la hubieran clavado en el asiento. Pensó que era una pesadilla, que despertaría pronto. Se quedó allí estática, cual una estatua, sin proferir sonido alguno, respirando apenas. Se sentía sola, tremendamente sola. El viento de la noche la volvió a la realidad. Miró a su alrededor y vió que la plaza estaba casi desierta y en el cielo brillaban las estrellas cual estáticas luciérnagas. Lentamente, con un gran esfuerzo, Claudia se incorporó y casi arrastrando los pies, como si llevara una pesada carga sobre los hombros, se dirigió hacia su pequeño cuarto. ¡Cuántas ilusiones se había hecho con Raúl! ¡Cuantos sueños había tejido en su loca imaginación! Mientras caminaba, no cesaba de preguntarse: ¿Por qué?
IX
El día era hermoso como suele ser un día de invierno. El cielo era de un azul intenso. Ni una nube manchaba esa pureza diáfana. El sol brillaba orgulloso en lo alto.
Claudia se mostraba serena y tranquila, mas solo ella sabía el tormento que vivía por dentro. Se sentía destrozada, vacía. Había llorado, pero al día siguiente se sorbió las lágrimas y borró toda huella de su rostro. No quería demostrar su sufrimiento. ¡Cuán grave es amar con tanta vehemencia! El golpe es más duro y duele más. Ahora Claudia sentía ese golpe que le daba una y mil veces en el pecho, causándole un gran dolor.
— ¡Claudia! ¡Claudia!
—Hola Raúl.
— ¿Qué pasa mi amor? Hace rato que te llamo y pareces ausente del mundo. ¿En qué piensas?
—En que anoche no te ví ¿Dónde fuiste?
— ¿Era eso? Tenía reunión acá en la oficina. Tú sabes como es eso. Tuve que quedarme hasta las once de la noche, como era tarde ya no fui a tu casa.
—No mientas Raúl, sé que no tuviste ninguna reunión
— ¿Cómo? ¿Qué te pasa mi vida? ¿Por qué me llamas mentiroso? ¿No me crees?
—No Raúl. Creía en ti, pero ahora no.
— ¡Seguro que alguien te contó algún chisme y tú lo creíste! ¿Así me demuestras tu amor?
— ¡Basta Raúl! Nadie me vino con ningún chisme. Yo te vi ayer en la tarde salir de la oficina con Zaida. ¡Ví como la acariciabas y la besabas!
— ¿Me estabas espiando?
— ¿Espiar? No, Raúl, no te espiaba. Siempre creí que lo de tus reuniones era cierto, hasta ayer. ¡Dios! ¡Que tonta e ingenua fui
— ¡No Claudia, no digas eso! Yo te quiero como a mi esposa, como a la madre de mis hijos, pero por ahora no puedo estar contigo como hubiera sido mi deseo, debo estar con Zaida.
— ¿Por qué? ¿Qué es lo que te liga a ella? ¿Por qué me ocultaste que enamorabas con ella?
—No te puedo contar, pero debo estar con ella. Te prometo que pronto se solucionará todo y tú y yo nos podremos casar.
— ¿Casarnos? ¿No te parece una palabra fuera de lugar en estos momentos?
— ¡No! Yo quiero casarme contigo y lo voy a hacer.
—No sé si creerte. Me dices que tienes que estar con Zaida, pero que te casarás conmigo.
—Escúchame, no me atrevía a contártelo, pero ahora lo haré. Antes de conocerte, yo salía con Zaida pero ella nunca me tomó en cuenta, así que me aburrí de ser su muñeco y la dejé de ver. Días después apareciste tú y me enamoré de tu voz, de tu risa, de tus ojos, de tu manera de ser y me olvidé de Zaida por completo. Pero un día me llamó y me dijo que me amaba, también me contó que estaba muy enferma y que no la abandonara o cometería una locura. Por eso tuve que volver con ella y seguirle la corriente. Pero te juro que no la quiero, es a ti a quien amo. Por favor amor, ten confianza en mí y dame tiempo para arreglar todo. ¿Está bien?
—No sé ni qué pensar. Todo lo que me cuentas parece sacado de una novela. ¿Es verdad lo que me dices? Si es así ¿Por qué en la oficina nadie sabe nada? No sé, es todo muy confuso.
—Zaida no quiere que se enteren, odia la compasión. Solo algunas amigas están enteradas.
— ¡Dios! Lo que me dices es increíble. No sé qué decisión tomar.
—Por favor amor, si me amas me comprenderás.
—Te amo Raúl y eso tú lo sabes muy bien, pero no sé si soportaré esta situación.
—Sé que debí contarte, pero tenía miedo de que me dejaras.
—Está bien Raúl, porque te amo confiaré en ti. Espero que por el bien de nuestro amor encuentres una solución.
— ¡Gracias mi vida! ¡Eres la mujer mas buena y comprensiva que conocí¡ Ya verás como todo se arregla.

CONTINUARÁ...

CLAUDIA continuación

(CAPITULOS IV AL VI)
IV
Fueron pasando los meses, en los cuales Claudia se batía como podía con el mísero sueldo que ganaba en la fábrica. Había dejado los estudios ya que el dinero le era insuficiente, y para colmo, desde el día que partió su amiga, no supo más de ella.
Un día conoció de casualidad a una chica, Teresa, quién simpatizó con ella y la invitó a una fiesta en su casa. Aunque desganada, Claudia se puso su mejor vestido y fue. Esa noche cambió su vida por completo, ya que allí conoció al primo de Teresa, Raúl, del cual se enamoró perdidamente.
Raúl era ingeniero, buen mozo y con el complejo de “Don Juan”. Apenas vió a Claudia quedó cautivado de su rostro, su figura, su manera de ser y no quiso soltarla durante toda la fiesta.
Claudia era feliz como nunca. Sentía que la alegría le bullía en la sangre y cuando él la miraba, una embriaguez dulce la envolvía.
—Claudia me contaste que eres secretaria ejecutiva, ¿Ganas bien en tu trabajo?
—No estoy como secretaria, trabajo como obrera en una fábrica de algodón.
— ¿De obrera? ¡No puede ser!
—Así es Raúl. No podía hallar trabajo y me urgía hacerlo ya que mi dueña de casa no espera ni un día por el alquiler.
— ¡Esto es inaudito! Mira, quiero que mañana te presentes en mi oficina. Hay cargos vacantes, así que voy a remover cielo y tierra para que entres. Además, así te voy a tener cerca de mí.
— ¡Gracias! Yo estoy dispuesta a dar examen si es necesario. Y también quiero estar a tu lado. ¡Que maravilloso sería!
—Ni hablar entonces. ¿A qué hora sales de la fábrica?
—Mi turno termina a la una de la tarde.
—Bien, te voy a recoger y vamos a ir juntos, ¿Te parece?
—Bueno, entonces te esperaré a la salida. A propósito ¿Qué hora es?
—Son las dos de la mañana.
— ¿Las dos? ¡Qué tarde es! Debo irme ya que entro a las cinco de la mañana.
—Está bien mi amor, espero que sea una de las últimas noches que tengas que dormir tan poco. Vamos, te voy a llevar a tu casa.
—Bueno, pero deja que me despida de Teresa.
—Apúrate, te espero afuera.
Claudia se despidió de Teresa agradeciéndole por la invitación y subió al auto de Raúl.
V
Había transcurrido casi toda la mañana y Claudia se sentía como entre nubes. Recordaba una y mil veces la noche anterior, las palabras de amor que Raúl deslizó en sus oídos, y mas que nada, el beso, ese beso dulce, cálido, tierno que le hizo vibrar íntegra. ¡Su primer beso de amor!
Tuvo muchas equivocaciones en su trabajo por andar soñando. Hasta que llegó la hora de salida, y con el pitazo de la fábrica saltó rauda y luego de arreglarse salió, con el corazón latiéndole fuertemente, como si quisiera escapar de su pecho. Tuvo que descansar un momento para dar sosiego a su alocado corazón. Luego fue saliendo lentamente, como si temiera, al salir de golpe, ahuyentar un sueño. Pero no, allí en la puerta estaba Raúl, esperándola ansioso. Sin pensarlo dos veces, se abalanzó a sus brazos y, sin importarle que sus compañeros la observaban, devolvió los besos apasionados de Raúl uno por uno. Pasado el momento de euforia, subieron a su auto y se alejaron rumbo a la empresa donde trabajaba Raúl mientras conversaban.
—Hablé con el Jefe de Personal, mi vida. Te tomará un pequeño examen y luego me avisará desde cuando puedes empezar a trabajar. —comentó Raúl
— ¡Gracias cielo! Me siento tan, pero tan feliz que tengo ganas de llorar.
— ¿Llorar? No mi amor, conmigo no vas a conocer lo que es llorar. Quiero verte siempre alegre, siempre sonriente.
—Sí Raúl, a tu lado siempre estaré feliz.
—Bueno, ya llegamos. No te pongas nerviosa y sonríe, que tienes una hermosa sonrisa.
Entraron en una oficina amplia, llena de estantes y archivadores. Tras un hermoso escritorio se encontraba el Jefe de Personal.
—Buenas tardes señor Miranda. Le presento a mi novia Claudia.—dijo Raúl asomándose
—Buenas tardes Raúl, mucho gusto señorita. Veo que Raúl tiene muy buen gusto.
—Gracias señor Miranda. Encantada de conocerlo.
—Mire Claudia, le voy a tomar un pequeño examen. No es difícil. Un poco de dictado, para ver su taquigrafía y su ortografía, que es lo principal, luego un poco de máquina para ver su precisión y rapidez. ¿Está lista?
—Sí señor, podemos empezar cuando guste —acotó Claudia, un poco nerviosa mientras se sentaba ante la máquina de escribir. Raúl no quiso distraerla así que optó por retirarse, no sin antes pedir a Claudia que al terminar lo busque en su oficina al final del pasillo.
VI
Claudia concluyó con el examen y se dirigió al despacho de Raúl, entrando luego de golpear la puerta.
— ¡Hola! ¿Se puede?
— ¡Hola mi amor! ¿Qué tal te fue?
—No lo sé, creo que bien. Lo sabré a fines de este mes, es decir la semana que viene.
— ¡Bien! Yo creo que es seguro. Escúchame, ¿Qué vas a hacer mañana? Sé que hay una marcha a favor del gobierno y por lo tanto habrá paro de actividades, así que podríamos irnos de día de campo, ¿qué te parece?
—Lo siento Raúl, pero yo trabajo en una fábrica y por lo tanto estoy obligada a ir a la marcha. Si no lo hago así, me van a multar.
— ¿Acaso no es voluntaria la marcha?
—Sabes bien que acá, cuando trabajas en empresas públicas o en fábricas, quieras o no debes obedecer la voluntad de los dueños de los sindicatos.
—Está bien, entonces te veré después de la famosa marcha.
—No creas que me agrada ir. Pienso que si el pueblo quisiera mostrar su “nacionalismo” o amor a la Patria, debería trabajar y no marchar, pues lo único que hacen es paralizar la economía del país. Además si fuera voluntaria la marcha, no habría ni “cuatro gatos”, ya que acá a todo el mundo, a excepción de los políticos, le importa un soberano pito quién gobierne o no, con tal de tener trabajo, tranquilidad y su pan.
— ¡Claudia! No creí que te interesaba la política —exclamó Raúl admirado
— ¡Sí que me interesa! No te olvides que trabajo en una fábrica codo a codo con gente del pueblo y también cuando estaba en la Universidad aprendí mucho sobre política. Pero no hablemos de ese tema tan ingrato. Me voy pues debo dejarte trabajar.
—No, espera, te llevaré a tu casa, luego volveré a la oficina porque tengo bastante trabajo.
CONTINUARÁ

CLAUDIA (cuento)

(CAPITULOS I AL 111)
CLAUDIA
I
“Me encuentro acá, sola, recordando parte de mi vida… ¿afuera? ¡Qué sé yo como está afuera! Talvez el sol esté brillando en un límpido cielo, pero no me importa, no me importa ya nada. ¡Estoy tan cansada de vivir! Quizás Dios se apiade de mí y me mande el descanso eterno.
¡Qué de positivo saqué en estos años? ¿Amistades o amores? Aun recuerdo a Maylí, mi gran amiga, la cual se fue a la Argentina y no supe más de ella. Y ¿Raúl? El hombre de mi vida, al que amé y aún amo como a ninguno, pero que tanto dolor me causó y ¿Zaida?, puedo entender que por amor se hagan cosas increíbles, pero hacer tanto mal, como el que me hizo ella por su amor a Raúl, aún no lo puedo comprender.
¡Los recuerdos acuden a mi mente cual loco torbellino! ¿Por qué no puedo alejarlos? Más ya no siento dolor, solo una gran paz que me invade el corazón. No siento sufrimiento, no, no siento nada… solo veo un profundo pozo. ¡Qué ganas tengo de dormir!”
II
— ¡Claudia!, ¡Claudia! ¡Espérame!
— ¡Hola Maylí! ¿Dónde te habías metido? Ayer te estuve llamando todo el día para ir al cine.
— ¡Estuve correteando haciendo mis papeles!
— ¿Papeles?
— ¡Sí! Te cuento que mi hermano, mi cuñada y yo nos vamos a radicar a la Argentina.
— ¡¿La Argentina?! ¡Dios! ¿Porqué tan lejos?
—Es que Pepe halló un trabajo allá, como capataz en una obra y como no quieren que me quede sola, me llevan con ellos.
— ¡Pero Maylí, si sabes que puedes quedarte a vivir conmigo! Trabajaríamos juntas, y así nos haríamos mutua compañía.
—Lo sé Claudia, ¿Crees que no me siento triste al pensar que estaremos separadas? Pero soy menor de edad y como estoy bajo la tutela de mi hermano desde que quedamos huérfanos, debo irme con él. Y no creas que no hemos pensado en ti. Mi hermano quería llevarte también, pero como estamos mal económicamente, no fue posible.
—Les agradezco mucho, mas sé que la situación de ustedes es desesperada. Lo que me apena es que no tendré a nadie a quién recurrir como lo hacía con ustedes. Para mí siempre fueron la familia que nunca tuve.
— ¡No te pongas triste Claudia! Vamos a estar separadas solo unos cuantos meses, ya que es nuestra intención ahorrar y mandarte dinero para que puedas venir a vivir con nosotros.
— ¡Eso sería fabuloso Maylí! pero dime, ¿cuándo se van?
—Mañana a las once de la mañana, por tren.
— ¿Mañana? ¿O sea que solo estaremos juntas unas cuantas horas más?
—Pero Claudia, ¿Qué te desespera? Ya te dije que nuestra separación va a ser momentánea. ¡Vamos! ¡Anímate!
—Está bien Maylí, ¡Dios! Se me pasó la hora, llegaré tarde a la fábrica.
—Corre Claudia, perdóname por haberte detenido ¡Chau!
— ¡Hasta mañana Maylí! ¡Nos vemos en la estación!
III
—Bueno, creo que tenemos todo ordenado. Solo nos queda esperar y soportar todo el viaje —Pepe, hermano mayor de Maylí, se encontraba ordenando las últimas maletas en el compartimiento del tren. A su lado, se encontraba Ana, su mujer, una joven frágil que parecía una niña de quince años por la contextura de su físico. Era muy buena, y quería a Maylí, su cuñada, como si fuera su hermana menor. Compartía con ella las penas y alegrías, complacía todos sus caprichos, le aconsejaba y hasta la defendía cuando Pepe quería sermonearla. Entre todas las amigas que Maylí había tenido, a la que más quería era a Claudia, por su manera de ser, aunque a veces la inquietaba porque la veía demasiado dulce e ingenua para una época como la presente. Ellos se habían convertido en su única familia y sentía cierta tristeza al pensar que se quedaría sola, sin el apoyo moral de ellos. Un escalofrío corrió por su cuerpo sin explicarse el porqué. De pronto la vió, caminaba presurosa, buscándolos, con esa mirada entre triste y desesperada. Levantó su mano y agitándola, la llamó.
— ¡Claudia! ¡Acá estamos!
— ¡Hola Anita! ¿Cómo estás Pepe?, veo que ya están listos para irse.
—Así es Claudia, lo único que siento es el no poder llevarte con nosotros.
—No te preocupes Pepe, lo sé. Voy a seguir estudiando y trabajando, además voy a tratar de ahorrar algo para poder juntarme con ustedes. Lo único que quiero pedirles es que no se olviden de mí. Escríbanme de tanto en tanto. Eso me hará sentir feliz.
—Claro que sí Claudia, apenas nos instalemos lo haremos —contestó Pepe.
Maylí tristemente le dijo:
—Que bien que llegaste a tiempo, Claudita, temía que no te veríamos.
—Aunque me duela el hecho de estar separadas, nunca dejaría de despedirme de ti, hermanita, pero cuéntame ¿cómo te sientes?
—Alegre y triste. Alegre porque al fin voy a conocer la Argentina y comeré esos sabrosos asados que tanto mencionan, además de conocer a los guapos argentinos. Y triste porque no sé por cuanto tiempo estaremos separadas. Me apena el saber que te quedarás sola.
—Yo también estoy triste, Maylí. Es más, desde que me levanté tengo el presentimiento de que nunca más los volveré a ver. —Claudia no pudo evitar que unas lágrimas le corrieran por el rostro.
—Querida Claudia —terció Ana—, yo te comprendo. Es difícil a veces separarnos de quienes queremos. Siempre pensamos que nunca más los vamos a ver. Pero ya verás que no es así y de aquí a un año o dos, estaremos juntas nuevamente, claro, si Dios no dispone otra cosa.
—Bueno —intervino Pepe —, nuestro tren ya va a partir. Claudia, quiero que sepas que siempre vas a estar en nuestros pensamientos. Cuídate mucho y trata de conservarte tal como eres, sencilla, buena y pura de corazón.
—Gracias Pepe. Adiós querida familia, deseo que les vaya bien. ¡Los quiero mucho! –terminó diciendo Claudia mientras daba un fuerte abrazo a Maylí.
El tren se fue alejando poco a poco. Luego tomó mayor velocidad hasta convertirse en una gigantesca víbora, que iba serpenteando por las vías, hasta perderse de vista en un recodo.
Lentamente Claudia se secó las lágrimas y comenzó a caminar hacia la salida de la estación. Sintió un dolor punzante en el costado, obligándola a detenerse un momento. Pero pasó y reponiéndose, se fue a su pequeña pieza.

CONTINUARÁ...

COMO ESCRITORA...UN FRACASO

Ni modo, me creí una escritora, no una graaan escritora, pero pensé que talvés mis cuentos o historias tendrían algún valor literario. Por ese motivo participé en algunos concursos literarios, pero en todos me fue mal, ni siquiera una mención honrosa pude obtener.
Pero lo intenté, y seguiré haciéndolo. Eso no me va a impedir que siga escribiendo, algún día lo lograré.
El último concurso en el que presenté mi "obra literaria" fue el de Franz Tamayo, en la categoría cuento. Hoy me enteré que mi cuento no gustó.
Voy a colocarlo acá, si alguien lo lee, que me dé su opinión.